Hoy ha muerto Ray Bradbury. Un clásico incomparable de la ciencia ficción más emotiva nos ha dejado. Desde este blog rescatamos como pequeño homenaje esta reseña de uno de sus libros que, aunque no de sus más conocidos, no deja de ser una pequeña joya. Buen viaje, Ray.
Y dando un
giro completo, hablemos de Bradbury, de quien Minotauro publica
Sombras Verdes, ballena blanca. Este es otro de esos libros
llenos de lecturas y sugerencias, en esta ocasión debido a la propia
experiencia del autor y a su habilidad para plasmar historias y
producir sentimientos.
Antes de
nada hay que aclarar que no es ciencia ficción. Puestos a
retorcernos los sesos podemos hacer un peregrino paralelismo entre la
literatura fantástica sudámericana y estas Sombras verdes,
ballena blanca, por su aire mágico y evocador con un mucho de
leyenda. Esta vez en lugar de Sudamérica el marco es el de una
Irlanda verde y un Dublín nebuloso.
Habrá que
hacer un aviso a navegantes de modo que si un lector aficionado tan
sólo a la ciencia ficción se enfrenta con este libro, por aquello
de que es un Bradbury, puede salir escaldado. En cambio si un amante
de Cortázar, Borges o Juan Rulfo lo lee, posiblemente se sentirá
encantado. ¿Ha quedado claro?
Sombras
Verdes, ballena blanca es una rememoración de la estancia de
Bradbury en Irlanda cuando escribió el guión de Moby Dick para John
Huston. Como gran escritor de relatos que es el autor, cada capítulo
es una narración, casi independiente y a cual más entrañable, de
personajes o historias irlandesas. En una especie de declaración, al
comienzo de la novela desvela su objetivo de intentar explicar, si
acaso ello es posible, el carácter irlandés, y lo que nos acaba
contando son pequeñas historias: choques de bicis, la mansión que
ardió agotada, el pedigüeño del puente, el que nunca creció, la
boda de cacería, la banshee.. cada historia cautiva y
emociona con su propia magia o su extraño sentido del humor y de la
parodia, cada una es una pequeña pieza de un puzzle, y ese puzzle
configura el retrato completo de la Irlanda que Bradbury se llevó en
el corazón.