
Dentro del
mundo de los comic-books que sirven de vehículo a un solo artista
para exponer al mundo sus obsesiones personales, siempre a destacado
Bola Ocho de
Daniel Clowes. Publicado a razón de tres números al
año desde 1989, ha sido el contenedor de todo tipo de feroces
sátiras, en las que su autor ridiculiza a todo bicho viviente,
particularmente perdedores varios, jóvenes con inquietudes
artísticas e, inevitablemente, dibujantes de comic. Además, los
primeros diez números de
Bola Ocho también son el marco donde se
serializa la extraña y fascinante narración que nos ocupa.
Clowes
comienza
Como un guante de seda forjado en hierro sin un plan
prefijado. Su protagonista entra en un cine donde se proyecta una
sesión doble. En la segunda película, un personaje se quita una
máscara: el espectador reconococe el rostro de una antigua novia, en
cuya búsqueda decide partir. A partir de aquí Clay, cuyo nombre, se
nos recuerda, está lleno de sentido (arcilla, una materia
moldeable), emprende un viaje donde se moverá como un sonámbulo,
siempre a merced de los acontecomientos más insólitos, de sus raros
despertares en lugares inesperados.
Por el camino conocerá toda una
galería de estrafalarios personajes, sujetos a las más diversas
obsesiones; el rostro de uno de ellos nos observa fijamente en la
primera viñeta de cada capítulo y, en el caso de la edición de La
Cúpula, nos saluda desde la portada. Ni autor ni personaje conocen
el destino final de esta búsqueda. Sólo nos resta seguirlos
fascinados y disfrutar por el camino de la maestría narrativa de
Clowes y de su limpio dibujo, en su vertiente más realista. Hasta el
desconocido final del trayecto, a partir del cual, como en cualquier
viaje que merezca la pena, nada podrá volver a ser como antes.
Juan Antonio
Meca, Slumberland 2, 1995
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Comics de Daniel Clowes
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