Su paso por
la pantalla de televisión (en Canal+), hace que Rurouni Kenshin sea
una de las máximas candidatas del año para éxito de ventas del
manga, prospección que el público dirá si se confirma o no. Lo que
si podemos decir desde ya es que estamos ante un manga que da gusto
leer (aunque sea en sentido inverso). Protagonizado por un
melancólico samurai vagabundo y ex-asesino con cara afeminada, por
una jovencita ayudante de maestro de kendo y por un niño rebelde que
quiere aprender el camino de la espada, la mitad de la gracia de
Rurouni Kenshin está en el encanto de los personajes, que partiendo,
de moldes extremadamente tópicos, se hacen entrañables con gran
rapidez. La otra mitad está en la ambientación: situada en el
último tramo del siglo XIX, Rorouni Kenshin nos muestra un período
decisivo de crisis y transición para Japón, el inicio de la Era
Meiji, la modernización y occidentalización de País del Sol
naciente.
Un mundo viejo está muriendo, otro mundo nuevo está naciendo, y en este decorado se entremezclan elementos de uno y de otro. Lástima que argumentalmente la serie no supere los esquemas de batallas y enfrentamientos de fuerza más bien formularios. Un desenfadado y japonés western crepuscular.
Un mundo viejo está muriendo, otro mundo nuevo está naciendo, y en este decorado se entremezclan elementos de uno y de otro. Lástima que argumentalmente la serie no supere los esquemas de batallas y enfrentamientos de fuerza más bien formularios. Un desenfadado y japonés western crepuscular.
Trajano Bermudez, volumen uno 8, 1999
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