Después de
casi veinte años de concebir mes a mes las andanzas y vivencias de
unos mismos personajes, habiendo atravesado etapas en las que la
querencia por éstos y la inspiración y el pulso narrativo
alcanzaron cotas notables, y otras en las que el aburrimiento y el
agotamiento hicieron presa y se malcumplió como se pudo, a base de
piloto automático autofagocitador, después de veinte años de venir
haciendo lo mismo, digo, las neuronas se atrofian, se anquilosan y se
hacen incapaces de trabajar en nuevos parámetros, de pensar cosas
diferentes, de tener nuevas ideas.
Así
que, claro, cuando más bien de repente y a mala leche te arrebatan
estos personajes y te dejan de patitas en la calle (aunque, eso sí,
en una calle en la que abundan los vecinos dispuestos a darte
cobijo), es de comprender que acabes aceptando la hospitalidad de
cualquiera y volviendo a hacer lo mismo que has hecho durante los
anteriores veinte años (entre renovarse y morir hay una tercera
opción: vestirse de seda y quedarse mona).
Cuando esto
ocurre, el resultado no puede ser otro que un tebeo válido para
aquél que te ha podido soportar, o incluso disfrutar, los veinte
años previos, y perfectamente prescindible para quien hace tiempo
que decidió que tu fórmula estaba agotada.
Sovereign Seven es un tebeo de Chris Claremont como los de toda la vida. Están ahí sus textos amanerados y redundantes de toda la vida y sus personajes pelín ñoños de toda la vida. (Es pronto, quizás, una Kitty, una Ororo, un Coloso…).
¡Caray!,
en el número 2 ya
hay una posesión de uno de los buenos que se vuelve contra sus
amigos… ¿Debo explicarte más? Si es tu vicio, y puesto que no
hace daño a nadie, no te prives, pero para mí es muy fuerte.
Así
las cosas, lo más curioso puede ser la conexión de esta serie con
el universo kirbyniano del llamado “fourth
world” (aun cuando los Sovereign
son creación y posesión de Claremont), que vive un sorprendente
(por enésimo) revival
en los últimos meses con el retorno de clásicos como Mr.
Miracle y New
Gods.
J. Edén en Slumberland
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