La
historieta española de las últimas décadas, a diferencia de la
francesa, la americana o la italiana, no ha querido, no ha podido o
no ha sido capaz de crear personajes que arraiguen en los lectores.
Desde El Capitán Trueno y demás héroes creados, más o menos, a su
imagen y semejanza, ninguno de los muchos intentos ha cuajado con la
fuerza suficiente para trascender el mundillo de los aficionados al
cómic y llegar a un público más amplio. Ninguno, excepto Torpedo de Jordi Bernet y Abulí.
Los Blueberrys, Valentinas y Valerianas españoles sencillamente no
existen.
Sólo
Torpedo ha sido capaz de superar las barreras que parecen atenazar el
tebeo español e introducirse en otros medios como el teatro o el
cine (los distintos proyectos que se han barajado en este sentido
sólo se han materializado en un episodio piloto de dibujos
animados). Ha pasado por varias revistas, distintas ediciones en
álbum y, por fin, se ha vuelto a hacer un hueco en los quioscos
con su propio comic-book. Imagino que si alguien tuviera la fórmula
que hace que un personaje funcione o no, ya la estaría repitiendo
hasta la saciedad.
Se me ocurre
que el secreto reside en que detrás suyo hay una buena historia,
servida, eso sí, por un excelente dibujo. La publicación de la
última entrega del comic-book es un buen momento para repasar de un
tirón la historia y evolución del personaje. Torpedo ha pasado de
ser un duro y cínico asesino a sueldo a convertirse en una especie
de parodia de sí mismo. Por suerte para él, el cambio se produjo de
forma progresiva, evitando de esta forma, la ruptura con los
lectores. Volver a leerlo ahora, desde el principio, es una buena
ocasión para reconciliarse con una de las mejores historietas
españolas de los últimos veinte años.
Laureano Domínguez en Slumberland 17
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